Música
Mariana Carrizo coplas salteñas
en el Teatro del Libertador.
Mariana Carrizo, la más joven promesa coplera de Salta y consagrada como “revelación” en el último Festival de Cosquín, mete púa en un taxi que atraviesa la avenida Corrientes.
–Te digo que Atahualpa se robó varias coplas populares. ¿Será que pensó que, como eran de todos, también eran de él, y les estampó la firma?
–Callate, salteña rencorosa. Yupanqui se iba en burro desde Tafí Viejo hasta Tucumán y no decía nada. Vos te quejás porque tenés un día de micro de Salta a Buenos Aires.
La destinataria de la chicana es una amante del folklore empecinada en dar a conocer los exponentes nuevos e históricos del género, devota de Yupanqui. Por tanto, acusa recibo del comentario.
–Y ésas son las que le conocemos de acá. Imaginate todas las que les habrá robado a los franceses cuando vivía en París y nunca nos vamos a dar cuenta…
Mariana guiña el ojo y sigue metiendo púa, sabe que sus dardos surten efecto fácil. Pero, si se pone seria, aclara que a Yupanqui lo quiere como lo quieren todos, sólo que la verdad es la verdad. Y que ella escuchó algunos de los versos que llevan su firma iguales o muy parecidos, copleados anónimamente entre los cerros. O los encontró en algunas otras recopilaciones. En todo caso, reconoce Mariana, Yupanqui no fue el único. Por las dudas incluyó en el disco que acaba de grabar su versión de una zamba, La viajerita. Escrita por… Yupanqui.
Mariana Carrizo es menuda, bajita, y de lejos hasta puede pasar por adolescente. Lo único que tiene para acompañarse cuando canta es su caja bagualera. Parece poco, hasta que suelta la primera copla. Si estuviste haciendo zapping en esas noches de enero en las que sobran los canales porque no hay nada para ver, quizás pasaste por la sempiterna transmisión de Cosquín, y la viste. Si pasó eso, seguro que te detuviste. Eso es lo que ocurre siempre que Mariana se sube al escenario. Hay algo en sus coplas, en la picardía o dulzura con que las dice, que funciona como un imán.
“Tenía ocho años y ya sentía la artisteada: para mí no había otra cosa que la música. En el pueblo pasaban discos por un altoparlante y yo me volvía loca. Me encantaba una canción de Edith Piaf, y La Traviata cantada por Pavarotti. Estaba cuidando las ovejas y me llegaba la música con el viento. Por ahí soplaba para otro lado y yo corría para donde iba el viento. Cuando volvía, las ovejas ya no estaban. Entonces sabía que, a la vuelta, cobraba seguro. Así que entraba a la casa poniendo la espalda, entregada, como el Chómpiras.”
Sigue contando. “Yo quería estudiar música de verdad, partituras, esas cosas. Pero en mi casa no querían saber nada. Lo veían como algo indecente. Mi papá quería que yo fuera monja.
¡Pobrecito! A los trece años me regalaron un casete de Leda Valladares. Ahí me picó la curiosidad y me largué a investigar.” La investigación de Mariana fue escaparse de su casa para viajar, a dedo o haciéndose la dormida en los colectivos. Iba buscando coplas por los parajes perdidos en medio de los cerros, aprendiendo de cada lugar. Buena parte de esas coplas populares están incluidas en su repertorio. El resto está tomado de las pocas y valiosas recopilaciones existentes, y de cancioneros españoles, el antecedente de las coplas norteñas. “Lo que más me emociona es escuchar a los viejitos. ¡Con qué sentimiento que cantan! Te hacen vivir lo que escuchás”, dice Mariana.
–Te digo que Atahualpa se robó varias coplas populares. ¿Será que pensó que, como eran de todos, también eran de él, y les estampó la firma?
–Callate, salteña rencorosa. Yupanqui se iba en burro desde Tafí Viejo hasta Tucumán y no decía nada. Vos te quejás porque tenés un día de micro de Salta a Buenos Aires.
La destinataria de la chicana es una amante del folklore empecinada en dar a conocer los exponentes nuevos e históricos del género, devota de Yupanqui. Por tanto, acusa recibo del comentario.
–Y ésas son las que le conocemos de acá. Imaginate todas las que les habrá robado a los franceses cuando vivía en París y nunca nos vamos a dar cuenta…
Mariana guiña el ojo y sigue metiendo púa, sabe que sus dardos surten efecto fácil. Pero, si se pone seria, aclara que a Yupanqui lo quiere como lo quieren todos, sólo que la verdad es la verdad. Y que ella escuchó algunos de los versos que llevan su firma iguales o muy parecidos, copleados anónimamente entre los cerros. O los encontró en algunas otras recopilaciones. En todo caso, reconoce Mariana, Yupanqui no fue el único. Por las dudas incluyó en el disco que acaba de grabar su versión de una zamba, La viajerita. Escrita por… Yupanqui.
Mariana Carrizo es menuda, bajita, y de lejos hasta puede pasar por adolescente. Lo único que tiene para acompañarse cuando canta es su caja bagualera. Parece poco, hasta que suelta la primera copla. Si estuviste haciendo zapping en esas noches de enero en las que sobran los canales porque no hay nada para ver, quizás pasaste por la sempiterna transmisión de Cosquín, y la viste. Si pasó eso, seguro que te detuviste. Eso es lo que ocurre siempre que Mariana se sube al escenario. Hay algo en sus coplas, en la picardía o dulzura con que las dice, que funciona como un imán.
“Tenía ocho años y ya sentía la artisteada: para mí no había otra cosa que la música. En el pueblo pasaban discos por un altoparlante y yo me volvía loca. Me encantaba una canción de Edith Piaf, y La Traviata cantada por Pavarotti. Estaba cuidando las ovejas y me llegaba la música con el viento. Por ahí soplaba para otro lado y yo corría para donde iba el viento. Cuando volvía, las ovejas ya no estaban. Entonces sabía que, a la vuelta, cobraba seguro. Así que entraba a la casa poniendo la espalda, entregada, como el Chómpiras.”
Sigue contando. “Yo quería estudiar música de verdad, partituras, esas cosas. Pero en mi casa no querían saber nada. Lo veían como algo indecente. Mi papá quería que yo fuera monja.
¡Pobrecito! A los trece años me regalaron un casete de Leda Valladares. Ahí me picó la curiosidad y me largué a investigar.” La investigación de Mariana fue escaparse de su casa para viajar, a dedo o haciéndose la dormida en los colectivos. Iba buscando coplas por los parajes perdidos en medio de los cerros, aprendiendo de cada lugar. Buena parte de esas coplas populares están incluidas en su repertorio. El resto está tomado de las pocas y valiosas recopilaciones existentes, y de cancioneros españoles, el antecedente de las coplas norteñas. “Lo que más me emociona es escuchar a los viejitos. ¡Con qué sentimiento que cantan! Te hacen vivir lo que escuchás”, dice Mariana.
Las coplas que yo les canto
son escritas por el tiempo,
me las enseñó la vida
las iba cantando el viento.
son escritas por el tiempo,
me las enseñó la vida
las iba cantando el viento.
Hasta los cinco años, Mariana vivió con su abuela en Angastaco, un pueblito en medio de los Valles Calchaquíes. Después creció en San Carlos, a veinte kilómetros de Cafayate. “Para mí es más fácil defender algunas de las cosas que canto porque las viví. Yo sé lo dura que es la vida en los cerros, no es como la muestran las postales. La gente baja para vender sus cositas, quesos, charqui, pasan días enteros durmiendo a la intemperie, con frío, lluvia, tormentas. Y por ahí cuando llegan lo que sacan no les alcanza para comprar lo que necesitan, o la novedad que llegó al almacén del pueblo. Esa impotencia se hace copla.”
Cuando el pobre anda queriendo
viene el rico y se atraviesa
y ahí se queda el pobrecito,
rascándose la cabeza.
viene el rico y se atraviesa
y ahí se queda el pobrecito,
rascándose la cabeza.
Dice convencida Mariana: “Las que cantan coplas son casi siempre mujeres. ¿Por qué? Porque los hombres se creen más pícaros y lo único que hacen es ir a tomar chicha y vino. Y cuando llegan con el vinito en la cabeza ya vienen más corajudos y altaneros. Ahí es cuando se quieren desquitar con las mujeres y ellas se tienen que aguantar calladitas. ¡Ah, no, eso sí que yo no lo tolero!”.
A los hombres hay que quererlos
y no darles de comer
porque comiendo se olvidan,
muertos de hambre quieren bien.
y no darles de comer
porque comiendo se olvidan,
muertos de hambre quieren bien.
La selección de coplas que hace Mariana no es inocente. Están los versos tiernos, picarescos, amorosos. Y están los que advierten a los hombres que no hay que pasarse de la raya. En un contexto machista como el del norte argentino, eso puede ser una bomba de tiempo. “Yo las canto a propósito, para que las mujeres sepan que no tienen que quedarse calladas. Para que no se conformen con ser más machistas que los hombres”, cuenta. Alguna vez tuvo que enfrentar una silbatina de quince minutos porque cayó mal una de sus coplas “feministas”.
Casada quisiera estar,
casada por un ratito.
Casada toda la vida,
eso sí no lo permito.
casada por un ratito.
Casada toda la vida,
eso sí no lo permito.
“Esta copla la puse escrita en el disco porque me identifica un poquito. Estaría bueno vivir casada por un ratito, ¿no?”
El disco que Mariana acaba de grabar, y que presentó ayer en el Teatro Alvear, se llama Libre y dueña. “Le puse así porque representa a la copla. Ella dice los sentimientos libremente, no se calla nada.
–Parece más bien una declaración personal.
–Dejame echarle la culpa a la copla.
El disco que Mariana acaba de grabar, y que presentó ayer en el Teatro Alvear, se llama Libre y dueña. “Le puse así porque representa a la copla. Ella dice los sentimientos libremente, no se calla nada.
–Parece más bien una declaración personal.
–Dejame echarle la culpa a la copla.
Ya me voy, ya me retiro
si me dan su permisito,
que tengo pa’ desplumar
en mi nido un gorrioncito.
si me dan su permisito,
que tengo pa’ desplumar
en mi nido un gorrioncito.
fuente: http://www.pagina12.com.ar
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