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“Flores rotas”, Cabildo Histórico Gratis
El día martes 21 de Diciembre apartir de las 19, en Independencia 30. Se proyecta filme (foto) de Jim Jarmusch, con Tilda Swinton, Bill Murray y Jeffrey Wright. Aunque es poco amigo de los viajes, Don Johnston recorre Estados Unidos en busca de pistas sobre sus cuatro antiguos amores. Las inesperadas visitas le depararán inevitables y reveladoras sorpresas.
El film Flores rotas del director Jim Jarmusch relata el viaje que realiza el personaje principal, Don Johnston, un Don Juan que ronda los 50 años, buscando a la supuesta madre de su hipotético hijo. A lo largo de la película es recurrente la analogía entre el personaje y el Don Juan. También surgen referencias al parecido de su nombre con el del actor Don Johnson, prototipo del mujeriego en los años ´80. Son varias las mujeres que a lo largo de la película ironizan con su nombre. Ante el paralelismo, Don no se muestra molesto, sino que, por el contrario, parece consentir vanidoso a esta inevitable comparación en la que se sostiene y que define su posición como sujeto de goce.
Podríamos homologarlo a aquello que Lacan llama respuesta fantasmática, que viene a velar la castración y supone una respuesta anticipada al deseo del Otro. Así, se podría pensar que Don transcurrió toda su vida posicionándose como aquel que goza de todas para evitar preguntarse por el deseo de una y a su vez para no poner algo de su propio deseo a jugar en acto, abordando a las mujeres como objetos de goce, al estilo del padre de la Horda.
Si, como propone Lacan, un hombre ha asumido la posición masculina, tomará a una mujer en tanto no-toda, es decir que ésta estará dividida en sus funciones de madre y mujer; ello se pondrá en juego en las peripecias de nuestro Don Juan, pero hay algo más que Don Juan deberá consentir para situarse como padre. Siguiendo al Lacan de los años ´70: un padre sólo tiene derecho al respeto o al amor si está perversamente orientado o sea, si hace de una mujer el objeto a causante de su deseo.
El acto así vendrá a poner un corte en la repetición metonímica, repetición que nuestro Don nos revela en el pasaje continuo de una mujer a otra sin que nada lo interpele como sujeto deseante. En este transcurrir por las mujeres, queda por fuera la posibilidad de realizar una legítima elección de objeto. Jacques-Alain Miller explica: “Existe […] la utopía, de un hombre para el cual todas serían posibles [las mujeres]. Es decir, el hombre para el cual La Mujer existiría; y tenemos un ejemplo famoso en la figura de Don Juan. Efectivamente, cualquier rasgo que tuviera una mujer bastaría para que fuera puesta en la lista, es decir, para ser reconocida como mujer” [1]
Alienado en las marcas significantes que le vienen del campo del Otro, que permiten “adormecerse” en el sentido neurótico, goza de la “política del avestruz”, posición que define Freud para aquel que ignora el goce que el síntoma le reporta. “Desentendido de ello, pero en él cobijado y adormecido, este neurótico decidido –decidido a seguir atontado- es aquel que no se ha separado aún de su síntoma: éste no ha llegado todavía a distinguirse de su carácter”[2].
Asumiendo el modo como Fariña aborda el tema de la responsabilidad en un circuito de tres tiempos, el Tiempo 1 supone la realización de “una acción determinada en concordancia con el universo del discurso en el que el sujeto se haya inmerso y que, se supone, se agota en los fines para los que fue realizada”[3]. Pensamos que toda la vida de este sujeto estuvo signada por un mismo modo de relación con el Otro sexo, que está en congruencia con el universo particular en el que se sostiene: ser un Don Juan. Modalidad que se presenta sin consecuencias aparentes.
Pero de pronto, Don recoge su correspondencia mientras se dirige a visitar a su amigo y vecino Winston y se dispone a leer una carta que convoca su atención por llegar en un sobre color rosa. A través de esta misiva una mujer que ha estado sentimentalmente vinculada a él hace aproximadamente veinte años, le anuncia que es padre de un joven que está buscándolo. Ella no se identifica, la carta no posee remitente. El misterio a resolver convoca la curiosidad de Winston, mientras que Don no da trascendencia a lo leído. Este acontecimiento no lo conmueve, ni lo interroga, no lo “despierta”, pero necesariamente lo ob-ligará[4] a responder y Don no podrá desentenderse. “Nos enfrentamos entonces con el campo de la responsabilidad subjetiva, y su relación con aquello que perteneciéndole al sujeto le es ajeno. Tal ajenidad no es tomada por Freud como causa de inimputabilidad; por el contrario, es a ese punto donde dirige la responsabilidad”[5] Se trata ya del Tiempo 2 del circuito de la responsabilidad, de un exceso en relación al Tiempo 1: la irrupción de la noticia que podría ser padre pone en evidencia el cortocircuito, producto del quiebre del universo particular que guiaba a Don en sus acciones. El elemento disonante del Tiempo 2 genera una retroacción hacia el Tiempo 1 que fuerza a una resignificación de lo vivido por el sujeto y que éste creía cerrado en el pasado. Como plantea Alejandro Ariel: “Uno ha terminado con el pasado, pero a veces el pasado no ha terminado con uno”[6]. Vacilación fantasmática. El sujeto ya no podrá sostenerse en esta construcción ficcional que había armado para relacionarse con el otro sexo.
Ciertamente, a lo largo del film Don no responde desde el lugar de sujeto deseante sino que da una serie de respuestas que lo eximen de asumir su responsabilidad subjetiva ante lo que lo convoca. Entonces, ¿se podría pensar que Don comienza este viaje orientado por la responsabilidad moral? Conjeturamos que emprende el viaje para responder a la demanda de Winston, en una posición de suma obediencia. Mecanismo neurótico, y más específicamente obsesivo, quien “se hace pedir por el otro y se ocupa en satisfacer la demanda del Otro […] Son distintas formas de hacer existir o sostener al Otro”[7]. Calligaris habla del “triunfo de la instrumentalización”, en tanto recurso que implementa el neurótico para no saber de la castración y como manera de obtener certezas en relación a la pregunta: “¿qué me quiere el Otro?”. Sin embargo, afirma que de esa elección, de esa alienación, el sujeto deberá hacerse responsable, debiendo dar sus razones tarde o temprano. Será por el goce de esa obediencia que Don tendrá que responsabilizarse. Vemos a Don acatando la orden de Winston quien, en primer lugar, le pide que arme una lista con las novias que tuvo hace exactamente veinte años atrás y que podrían ser las posibles madres de su potencial hijo. Haciendo uso de sus habilidades detectivescas, Winston elabora un completo plan de viaje para que Don inicie la búsqueda de la supuesta madre. Además, le ofrece instrucciones que deberá tener en cuenta a la hora de visitar a estas mujeres. Buscará que Don pueda “hacer semblante” de padre, es decir, suplir las carencias simbólicas de la función paterna con un armado imaginario.
Y allí va Don cumpliendo con el recorrido armado por Winston. Visita a sus cinco novias de hace veinte años: Laura, Dora, Carmen, Penny y Michelle. La investigación no tiene buenos resultados. Si bien logra encontrarse con todas, ninguna lo confirma como padre de sus hijos. El paso de los años hace que Don se reencuentre con cinco mujeres muy diferentes a las que él conservaba en el recuerdo. Su mirada respecto de ellas también parece haber cambiado desde la llegada de esa carta. Ahora busca a una posible madre, han dejado de ser “toda-mujer”.
Mientras se traslada de un destino a otro, Don tiene dos sueños. En ellos aparecen imágenes de todas estas mujeres y se encuentra acentuado un recorte corporal. Freud convoca al sujeto a hacerse responsable aun de aquello que desconoce de sí mismo, el contenido de sus formaciones inconcientes. En los sueños se devela la posición de goce que Don sostuvo durante toda su vida, más allá del rasgo fetichista propio de recortar en una mujer para poder abordarla sexualmente. Por otro lado, pone en evidencia la pregnancia de lo imaginario, como forma de velar la castración en cada una de ellas. El que asume la posición masculina, tarea que se ubica más allá de las coordenadas biológicas, tendrá que habérselas con la castración, sin excepción, para poder abordar a la mujer como Otro, como alteridad. Es lo que Lacan denomina “hombre sin ambages”: “sería el hombre que no da vueltas, el hombre que se orienta en el asunto de lo sexual y quizás incluso el hombre para el cual no existe el tabú de la mujer […] que no estaría turbado por la castración […] es aquel capaz de hacer pareja con la mujer como Otro” [8]
Una escena en particular nos permite por primera vez descubrir la angustia que hace su aparición en este personaje. La última de las mujeres a las que va a visitar es Michelle, quien falleció hace cinco años. El episodio tiene lugar en el cementerio al cual Don llega con su ramo de flores rosas. Se reclina frente a la tumba y dice: “¡Hola, hermosa!”, mientras se recuesta en el tronco de un árbol y bajo la lluvia se observan vestigios de angustia. Podríamos hipotetizar distintas versiones del porqué de este afecto. Si hay angustia es porque el sujeto ha comenzado a formularse alguna pregunta por el deseo del Otro. Podríamos pensar también que, tras haber finalizado su recorrido y no habiendo encontrado lo que fue a buscar, tampoco ha encontrado su lugar de padre. Por otro lado, el viaje culmina con la confrontación con lo real de la muerte, que lo remite a su propia castración y lo alerta sobre la finitud de su vida, finitud que ya anticipaba, sin embargo, su paternidad.
Conmocionada su posición del “adormecimiento” ¿se tratará de un “despertar”? ¿Es un sujeto en los umbrales del acto? “Es quizás de la angustia de donde la acción toma prestada su certeza. Actuar es arrancarle a la angustia su certeza. Actuar es operar una transferencia de angustia”[9]. Su posición de Don Juan ya no puede sostenerse como antes.
Don retorna a su hogar después del largo recorrido y ve en el aeropuerto a un joven con su mochila de viaje. Notamos por la persistencia de su mirada que la presencia de ese muchacho lo interroga. Al día siguiente se reúne con Winston en el bar del que son habitués para relatarle los resultados de su viaje. Luego, su amigo se retira camino al trabajo y Don observa a través de la ventana del lugar al joven que había visto la noche anterior en el aeropuerto. Sale rápidamente a su encuentro y le ofrece al chico invitarlo a comer un sándwich. Sostienen un diálogo en el cual el joven le pide un consejo, Don responde: “El pasado ya no existe. Eso lo sé. El futuro, no está aquí aún, sea el que sea. Así que lo único que hay es esto. El presente”. Don lo confronta diciéndole al chico que él sabe que piensa que es su padre. El joven lo tilda de “loco” y huye corriendo, hasta desaparecer. Don corre detrás de él, pero no logra alcanzarlo, permanece parado inmóvil en la intersección de dos calles. Se aproxima un auto por una de ellas que pasa por su lado. Un chico desde la ventanilla lo mira con insistencia, algo en su mirada lo interpela.
En el encuentro con este joven podemos resaltar que Don le ofrece un consejo de vida posicionado de manera asimétrica, lo que se podría interpretar como un vestigio de la transmisión de un padre a un hijo. Incluso recalca que es todo lo que puede ofrecerle por el momento, poniendo en evidencia su falta. Se podría pensar que el viaje metaforiza los trabajos que se ve convocado a realizar un sujeto para producir un viraje en su posición y que representa una ganancia subjetiva.
Según nuestra lectura, en la escena que da de comer a su “hijo” vemos aparecer en Don una de las figuras de la culpa, se podría tratar del altruismo, o de una especie de conducta reparatoria guiada por su sentimiento de culpa por haber estado ausente. “Dar de comer” podría ser una respuesta precaria que ha armado ante la pregunta que creemos se ha venido formulando acerca de “¿Qué es ser un padre?”. Por el momento, elabora una respuesta más ligada al orden de lo imaginario. De acuerdo al axioma que construye Oscar D’Amore la culpa es el estadio previo a la responsabilidad subjetiva. La culpa es una respuesta posible ante la interpelación que el Tiempo 2 activa en el sujeto tras haberse producido una retroacción al Tiempo 1. Sin embargo, la culpa obtura el circuito si el sujeto permanece coagulado en esta posición, cancelándose así la oportunidad de desplegar un interrogante acerca del propio deseo que habilitaría a la realización de un verdadero acto ético. Es por eso que Juan Carlos Mosca describe a la culpa como un “déficit” en la estructura. Según Fariña, la culpa es el reverso de la responsabilidad.
Y encontramos a Don mirando a la nada, parado en la mitad de la calle desolada, solo, en silencio. El espectador se preguntará: ¿y ahora qué? Creemos que en Don se dibuja la misma pregunta. No hay tiempo para contestarla, los títulos de la película empiezan a correr, otra escritura. Pero Don se encuentra en el momento de pasar a un Tiempo 3 del circuito, allí donde podemos leer la aparición del efecto Sujeto. Se trata de una respuesta a la interpelación pero desde la dimensión ética.
Un sujeto dividido, la incertidumbre y la pregunta por el deseo del Otro. Don ahora se encuentra posicionado en un lugar que lo habilitaría para realizar un acto ético en donde algo de su deseo se ponga en juego. ¿De qué se tendrá que hacer responsable este sujeto? En el caso de Don, pensamos que la castración, su castración, aquella que se verifica en el uno por uno, se le presentifica en este nuevo horizonte que comienza a desplegarse ahora sí ante él: la paternidad.
¿Qué hará Don? ¿Podrá hacerse responsable de su posición de goce o continuará siendo un Don Juan? ¿Podrá hacerse un nombre más allá del “Don Juan”? “Otro nombre del Sujeto” será, de acuerdo a Juan Carlos Mosca, la responsabilidad. ¿Podrá subjetivar su posición de goce y hacer con esas marcas que porta algo distinto?, ¿sabrá hacer allí con la castración cada vez ante lo contingente? ¿Cruzará el umbral y dejará de ser Don à Juan, para pasar a ser simplemente Don e inventarse un lugar? Una posición de un Sujeto frente a su soledad: no la posición en lo social por su relación a los otros. [Una posición] Frente a lo que está dispuesto a afirmar y a firmar”[10]
Nada de esto sabemos, ahora sólo acompañaremos a Don en silencio... al final.

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